Creí, al verte, que el nuestro estaba condenado a ser eternamente
un amor de perfil, porque no me sentía con fuerzas de aguantarte
la mirada, ese dulce tiroteo de tus ojos. Sólo tenía una vergüenza
apocada y un viento que me la esparcía por toda el alma.
¡Hubiera querido decirte tantas cosas! Que llevaba años deseándote, que
por qué haber esperado tanto, que ya iba siendo hora, amor, de
darnos lo soñado, que vendería mis años al peso, por uno solo de
tus suspiros, que... pero solo me salieron arrullos de
mansedumbre. Si acaso, adornados por aquellos vencejos que se
empeñaban en hacer jeroglíficos en el cielo, pero poco más...
No hay comentarios:
Publicar un comentario